Entrevista a Fray Antonio Puigjané

13.12.2014 19:13

ENTREVISTA A FRAY ANTONIO PUIGJANÉ

 

“El conjunto de la jerarquía católica fue cómplice

del Golpe de Estado de 1976”

 

Antonio Puigjané, sacerdote de la orden capuchina, tuvo la amabilidad de recibirnos en la Parroquia Santa María de Los Angeles del barrio de Saavedra, donde reside desde 1998. Pudimos compartir tres horas y media de una entrevista en la que cada respuesta transmite experiencias fuertes y reveladoras: El apoyo a las Madres de Plaza de Mayo desde 1979, las amenazas de muerte que recibió durante la dictadura militar, su opinión del papel de la Iglesia durante esa época. La expulsión de Mar del  Plata y de La Rioja.  Su amistad y relación pastoral junto a Monseñor Enrique Angelelli, el asesinato y desaparición de sacerdotes y de su padre Juan Daniel Puigjané en la década del setenta. Los motivos por los cuales fue apresado luego del copamiento del cuartel de La Tablada.Este testimonio refleja el coraje y la tolerancia de un hombre que, pese a las adversidades, mantiene la sonrisa franca, el buen humor y la mirada serena, rasgos de su personalidad que lo acompañaron en su convicción de luchar por lo que cree justo.

 

Tengo entendido que por el testimonio de una Madre de Plaza de Mayo llamada Carmen, comenzó tu apoyo a ellas. ¿Podés relatar el inicio de esa relación?

 

          Sí, Carmen García. Te cuento como fue que la conocí. Salí de La Rioja el 28 de Diciembre de  1978, el Día de los Santos Inocentes y, justamente, me pareció una inocentada que ese día la familia Menem nos haya echado de esa provincia acusándonos de “comunistas” a Monseñor Enrique Angelelli y a mí. 

 

      Yo amaba a La Rioja con Angelelli estuvimos muchos años allí. Ese pueblo riojano que es tan especial, muy empobrecido y varias veces humillado, nos había hecho amarlo tanto que Angelelli solía decir: “La Rioja es una morocha querendona que una vez que uno la conoce ya no la puede dejar”. (Risas).

 

      Bueno, como decía me fui el 28, me detuve un poco en Córdoba y llegué a Buenos Aires el 31 de Diciembre. Pase la noche de Año Nuevo en una villa, donde estaba un sacerdote amigo,  Pedro Lepphaille. Él estuvo 13 años viviendo allí, era en Ciudad Oculta en Mataderos. Para mí fue maravilloso, un contraste muy grande con La Rioja que era un pueblo tranquilo, de mucho silencio, había carnavales pero nunca con esa enormidad de gente que estaba en Ciudad Oculta esa noche. Mucho bullicio, había equipos a todo volumen, cada uno escuchaba una música distinta. Fue hermoso, una experiencia muy linda. Hacíamos brindis con todas las familias, ¡nos mojábamos los labios nada más porque sino nos hubiéramos agarrado una borrachera! (Risas).

 

      No me permitieron quedarme ahí. Tuve que ir a vivir a la Iglesia Nueva Pompeya de Capital Federal. Mientras confesaba gente por primera vez en esa parroquia, una señora me vio y se impresionó mucho, se puso a llorar desconsoladamente porque le hice acordar a su hijo desaparecido. Era Carmen García.

      En ese entonces, en marzo de 1979, yo era joven - dice Antonio sonriendo- tenía barba y su hijo también, por eso me dijo que al verme le pareció estar mirándolo a él que se llamaba Juan Carlos García.

      Carmen llorando de una forma impactante, me contó el drama que estaban viviendo las Madres de Plaza de Mayo por la desaparición de sus  hijos, la soledad en la que estaban y el rechazo de parte de la jerárquica eclesiástica. Porque ellas acudieron a las parroquias, a los Obispos y, en general, no recibieron respuesta.

 

¿Ella te relató como había desaparecido su hijo?

 

      Me contó como fue el secuestro de Juan Carlos que era estudiante de la Universidad de Buenos Aires, un muchacho excelente y de un corazón muy generoso. No podía tener dos camisas porque si veía a alguien que no tenía ninguna se la regalaba. Lo daba todo, no quería tener prácticamente nada, era muy desprendido. Cuando veía una injusticia la enfrentaba, sea a quien sea se la decía.

      Carmen, unos días antes del secuestro, tuvo un aviso del encargado del edificio en el que vivían, cerca de la Iglesia. El portero le alertó: “Mire tenga cuidado con su hijo porque  han venido dos o tres veces unos hombres con facha rara preguntando por él. A mí me da miedo porque están desapareciendo sobre todo jóvenes”.

      Ella, junto a su marido, le dijo a su hijo: “parece que te están buscando, así que por favor, contanos si estás en algo que pueda comprometerte para tratar de esconderte en algún lugar”.

      Juan Carlos le respondió: “Quédense tranquilos, no es nada por lo cual me puedan llevar preso, ni siquiera tengo amigos que estén en una organización. Estén seguros que si me llevan se van a dar cuenta tan claramente que no tengo nada que ver que me van a largar inmediatamente”. A los pocos días eran las dos de la madrugada y entraron a su departamento con una violencia tremenda, rompieron y robaron cosas,  tiraron a todos al suelo, los amordazaron y a Juan Carlos se lo llevaron entre insultos.

      Ese relato me llegó tan hondo que sentí que tenía que estar al lado de las Madres de Plaza de Mayo a cualquier precio, me hubiera avergonzado de ser sacerdote y franciscano si me desentendía de eso, así que a partir de 1979 las acompañé aunque a mis superiores no les gustara.

 

¿Quienes eran tus superiores?

      Otros hermanos.

 

¿Dentro de la Iglesia Nueva Pompeya?

 

      Dentro de Pompeya, pero me respetaban, nunca me dijeron que no podía ir.

      Además estaba a cargo de los postulantes, jóvenes que entran con el deseo de convertirse en sacerdotes capuchinos. Y se unieron las dos cosas, porque ellos sabían que iba a Plaza de Mayo todos los jueves y yo les contaba sobre las Madres... así que les dije que si alguien quería ir podía hacerlo con toda libertad.  Ocho o nueve muchachos se sumaron a la marcha de los jueves.

 

 

¿En qué actividades colaborabas con las Madres?

 

      En todo lo que hacían, la actividad fija era ir a la Plaza de Mayo los jueves de 15.30 a 16.00 hs. Luego nos reuníamos, hacíamos discursos e insultaban a la Casa de Gobierno.

 

      Una vez a una de las madres, percatándose que me tenía a su lado, le dio vergüenza putear a los militares. Yo le dije: “No querida hacelo que Dios está puteando mucho más que ustedes, porque los hijos de todas son los hijos de Dios y está muy enojado con lo que está pasando, así que insulta tranquila” (Risas).

 

      Además realizábamos vigilias de oración, misas, reflexiones y en esos momentos planificábamos nuevas cosas por hacer. Por ejemplo a mí se me ocurrió que en lugar de estar media hora en la plaza, nos podíamos quedar tres días dando vueltas alrededor de la Pirámide de Mayo. Las Madres... me dijeron que era una buena idea y que lo iban a pensar bien. Fue así como nació la Marcha de la Resistencia que duró 24 horas, yo quería que fueran tres días – dice Antonio sonriendo. 

 

¿Podés contarnos qué fue la Marcha de la Resistencia?

 

      La marcha comenzó en 1981, la hicimos para ver si impactábamos a los militares.

      De hecho la primera marcha fue muy buena y se decidió realizarla una vez por año.

 

¿La gente que pasaba por la plaza se acercaba para apoyarlos?

 

      Sí, pero poca porque había muchos policías. Ese día empezó con un calor de fuego, después se levantó un viento huracanado que casi nos arrancaba la ropa y luego vino la lluvia, pero nosotros seguíamos dando vueltas. Al final hubo otro viento que nos secó la ropa. Fue hermoso.

 

      Al año siguiente, cuando llegó el día de hacer la segunda Marcha de la Resistencia la policía nos prohibió entrar a la plaza. Estábamos caminando por Diagonal Norte pero hicieron un cordón humano y detrás había caballos. Yo estaba en la primera línea y estuvimos un rato largo forcejeando pecho contra pecho, recuerdo que a un agente se le empezó a caer la gorra y le pregunto: “¿Quiere que se la acomode?” Y me dice: Sí, padre.

      Así que le puse bien la gorra. (Risas).

 

      No nos dejaron pasar pero en lugar de fracasar las Madres... decidieron cortar Av. de Mayo y hacer la marcha allí. Fue muy curiosa la solidaridad de la gente, de los hoteles, de las casas, nos brindaban cosas, a las madres que veían muy cansadas les ofrecían bañarse o tomar algo. Debe haber sido un premio a la constancia. No aflojaron nunca, creo que todo lo que se está recuperando ahora en derechos humanos es gracias a la lucha pacífica, sin violencia de ellas.

 

      Otra actividad interesante fue cuando realizamos ayuno y oración por varios días.

      Era el año 1981 y al principio íbamos a hacerlo en el Servicio de Paz y Justicia de Adolfo Pérez Esquivel. Cuando llegó el momento él no estaba y los que quedaron a cargo no se animaron porque dijeron que, en esa época, no podían brindarnos seguridad.

      Luego de unos días una de las madres me dijo: “Antonio ya tenemos el lugar para hacer el ayuno pero no te vamos a decir cual es. Lo vas a saber por los diarios”. Así que fui a comprar el periódico y me enteré que era en la Catedral de Quilmes que pertenecía a Monseñor Jorge Novak. Él era el Obispo que hacía misas de oración por los desaparecidos y las protegía a las Madres... Ellas no quisieron avisarme ni que las acompañase a tomar la Catedral porque los medios de comunicación iban a aprovechar mi vinculación con Novak para atacarnos más.

      Las Madres fueron a la misa de la tarde. El párroco al verlas llamó a la policía. Se las quisieron llevar y cuentan que ellas se agarraron de los bancos, se resistieron y siguieron con el ayuno. Al día siguiente fui a ver a Jorge Novak y le dije que quería acompañarlas.

      Jorge me contestó: “Esas mujeres merecen que las acompañemos así que te doy mi bendición para que vayas, te felicito y agradezco. Cuando llegues decile al párroco que le habilite el baño porque sé que lo ha cerrado”. Les transmití la bendición del Obispo y al comunicarles la noticia del baño me respondieron: “Gracias pero ya está solucionado, ¿ves todos esos floreros? Ya están ocupados” (Risas).

      Me quedé con ellas y fue una experiencia hermosa, la gente se acercaba a rezar con nosotros y a solidarizarse. El ayuno duró 20 días, lo cortamos porque la situación se puso tensa, faltaba poco para la Navidad y los familiares querían que las madres vuelvan a sus casas.

 

 

¿Durante la última dictadura militar fuiste perseguido por tu apoyo a las Madres?

 

       El hábito lo usaba únicamente para ir a la Plaza de Mayo. Ahí le encontraba sentido utilizarlo porque era una forma de que las Madres tuvieran un apoyo de parte de la Iglesia.

      Uno de los jueves que fui a marchar a la plaza vi a un hombre que me estaba mirando con odio. Empecé a observar lo que hacía, era un tipo alto, de pelo corto, rubio, tenía pinta de milico y en un momento le dijo a otro hombre: “Al de sotana”. Salí de la plaza y ellos me seguían. Fui a la calle Bolívar donde tenía la parada del colectivo 28. 

      Cuando llegué vi que a arrancaba el autobús, corrí y me trepé. Ellos corrieron más rápido, uno se puso delante de mí con un revolver y el otro subió detrás apuntándome con otra arma por la espalda. Bajamos, nos metimos en el zaguán de una casa y uno de ellos me gritó: “¡Hijo de puta, estás apoyando a la subversión, si regresas a la plaza te voy a matar, deja de ir, por qué no te dedicas a bautizar chicos!”

      Yo le respondí: “Vengo a acompañar a estas madres que están reclamando por la vida de sus hijos (el primer lema era: Aparición con vida). Voy a seguir apoyándolas, el jueves próximo voy a estar aquí, así que si queres matarme te espero en la plaza”.

      “Loco de mierda”, me dijeron y me empujaron.

 

¿Qué coraje Antonio?

 

      Lo hacía con mucha tranquilidad, sentía que era lo que Dios me pedía en ese momento y que era lo que un hermano podía hacer por una hermana que estaba sufriendo. No tuve miedo. Recuerdo que le dije al colectivero que avise a la Iglesia Nueva Pompeya que me habían llevado, pero nunca lo hizo y los pasajeros tampoco, ni chistaron.

      Además de esa amenaza, en 1980, por estar en la Plaza de Mayo me metieron preso junto a las Madres... La noticia salió en los diarios. Yo temía que mi superior, Celestino Zanello, al enterarse que mi nombre aparecía en los medios, me echase de Buenos Aires, si eso pasaba no iba a poder ir más a las marchas. Entonces fui a verlo y le expliqué lo ocurrido.

      Él me respondió: “Mira Antonio, no solamente no tengo nada que reprocharte, sino que te confieso que siento que debería hacer lo mismo que vos pero no me atrevo. Así que lo único que te pido es que sigas adelante pero siempre como hermano menor de San Francisco de Asís y como sacerdote”. Que el superior de la congregación de los Capuchinos me dijera eso fue hermoso.

 

¿Qué sectores de la Iglesia apoyaban el reclamo de las Madres y cuáles no?

 

      Creo que en el corazón la apoyábamos muchos. Pero en la práctica a la plaza no iba nadie porque el cardenal Juan Carlos Aramburu lo prohibió. Él me recibió varias veces, yo soñaba que si se encontraba con las madres se iba a conmover como me había pasado a mí y que en lugar de apoyar a los militares cambiaría de actitud. Nunca lo logré, no aceptó que alguna de ellas fuera a verlo. 

      Igualmente había otro sacerdote que comenzó a marchar los jueves a Plaza de Mayo pero el Cardenal lo echó de Buenos Aires. Yo tuve suerte, recuerdo que un Obispo me contó -no quiero decir la identidad para preservarlo- que varios Obispos miraban la plaza desde la curia y uno de ellos le dijo al cardenal Aramburu: “Mirá ahí está tu curita”.

      Aramburu le contestó: “Sí, es travieso pero es un santo”.

      Como no logré que Aramburu ayudará a las Madres, a principios de la década del ochenta, en una ocasión en la cual ellas estaban desesperadas, me preguntaron si conocía a alguien que le pudiese entregar una carta en mano al Gral. Jorge Rafael Videla. Recordé que el sacerdote capuchino Daniel Pérez que residía en la parroquia Santa María de los Angeles del barrio de Saavedra, era Capellán del Comando en Jefe del Ejército, tenía acceso a Videla. Así que fui a verlo al lugar donde trabajaba para el Ejército y le pedí si podía hacernos ese favor. Él me respondió: “Sí Antonio le doy la carta, pero lo único que quiero que sepas antes es que Videla es un santo, yo soy su confesor”.

 

¡Dos posturas totalmente opuestas!

 

      Sí, pero seguramente se la habrá entregado. Ahora, vecinos del barrio de Saavedra me han dicho que sospechan, sin tener pruebas exactas, que a Daniel Pérez lo asesinaron los militares. Pudo haber sido con algún veneno, no de forma violenta porque no utilizaron armas. Pero creen que como Daniel sabía muchas cosas, lo mataron para asegurarse que no hablase algún día. Era un hombre joven y murió de forma muy extraña alrededor del año 1981, siendo todavía Capellán.

 

¿No desapareció?

 

      No. Lo velaron aquí en Santa María de los Angeles.

 

Antonio en una entrevista relataste que tus compañeros del Movimiento Todos por la Patria, no te quisieron informar que iban a realizar el copamiento al cuartel de La Tablada porque sabían que te ibas a oponer. Una vez producido, fuiste a Tribunales a desmentir las versiones difundidas en los medios de comunicación acerca que tus compañeros habían ido a torturar y te detuvieron. ¿Por qué decís que te apresaron por apoyar a las Madres de Plaza de Mayo?

 

      Me enteré lo de La Tablada por radio y transmitían que habían ido a torturar gente, que a uno le habían cortado los testículos, a otro la lengua. Y cuando escuché esas barbaridades sentí la necesidad de ir a declarar. Sabía que era imposible que hicieran esas cosas porque conocía a la mayoría. Así que llamé a Alicia Oliveira que en ese momento era la Defensora del Pueblo de Capital Federal y le pregunté que opinaba acerca de que fuese a Tribunales.

      Ella me dijo: “Mira Antonio, si te presentas  va a ser el disparate más grande de tu vida, porque lo único que vas a lograr va a ser que te maten, te pongan un arma en la mano y te tiren al cuartel de La Tablada, haciendo creer que vos estabas ahí, por eso mi consejo es que no te presentes”.

      Le hice caso pero pasaron siete días y sentía un deseo profundo de ir a defenderlos. Fui a declarar el 30 de enero de 1989. Me tomó declaración Anibal Ibarra que era el fiscal de turno y me dijo: “Padre lo siento pero queda detenido”.

 

 

      ¿Declaraste que no habías participado y que no sabías que iba a producirse el copamiento?

 

      Sí, en el juicio también lo dije, pero no les interesaba eso y de ahí es que pienso que los militares se quedaron molestos por todo lo que significó mi presencia con hábito en Plaza de Mayo durante tantos años. Dios puso la mano en esa época porque yo podría haber sido un desaparecido más. No sucedió y por eso creo que ellos se quedaron con una espina muy dolorosa, en el sentido que los desafié, me mandaron a matar y les contesté que si querían hacerlo me iban a encontrar en la plaza, así que habrán pensado “este desgraciado se burló de nosotros, nos desafió, ya va a ver lo que es bueno”. Y cuando ocurrió lo de La Tablada les vino como anillo al dedo.

      Los militares intentaron ponerme explosivos en el ranchito donde vivía en Quilmes.

      Pero cuando los vecinos vieron gente extraña que preguntaba cuál era mi dirección, le dieron otra que quedaba a 35 cuadras de mi casa así que le pusieron los explosivos a otro fraile.

      Además consiguieron testigos falsos. Todo eso me hizo pensar que como no pudieron reventarme durante la dictadura con lo de La Tablada me hicieron dar 20 años de prisión.

 

¿Qué decía la sentencia?

 

      La sentencia dice textualmente: “Aunque no tenemos ninguna prueba, por íntima convicción sabemos que Puigjané es el autor intelectual del copamiento del cuartel...”

      ¡Me acusaron de ideólogo, una cosa muy burda! Como los militares se consideraron impunes y tuvieron la justicia de su parte pudieron hacer cualquier cosa.   

 

Tu padre fue una de las tantas víctimas de la dictadura militar. ¿Por una carta que le habías escrito, te enteraste cuatro años después de su muerte que había desaparecido?

 

      Mi padre Juan Daniel Puigjané vivía en el barrio de Caballito con su mujer Herminia, no era mi madre, fue su segunda esposa. El 8 de Septiembre de 1972 él salió a comprar paltas, antes de irse le dijo a su nietita Marcela: “dale la llave a la abuela” y nunca más regreso.

      Al principio Herminia, muy buena señora, me escribió una carta con mucho temor a Suriyaco en La Rioja, creyendo que mi papá se había arrepentido de su separación con mi madre y que me había pedido que lo llevase a un convento.

      Unos meses después, Herminia supo por intermedio de sus vecinos que cuatro hombres metieron a papá en un auto y se lo llevaron. Estábamos muy preocupados porque estaba enfermo del corazón y no tenía los medicamentos encima.

       Al poco tiempo fui a trabajar a La Rioja con Monseñor Enrique Angelelli. En 1976 a Angelelli, obispo de dicha provincia, lo asesinaron los militares.

      Cándido Rubiolo era el administrador apostólico que reemplazaba a Angelelli hasta que designaran al nuevo Obispo. La Policía Federal le entregó a Rubiolo una carta y por el contenido de la misma me consideraban subversivo. Por eso le dijeron que si quería cuidar mi vida, porque ellos no se harían responsables, me sacara de La Rioja.

      Esa carta era la que le había escrito a mi padre, no tenía nada de malo, le decía que no se preocupe por las noticias que transmitían en los medios de comunicación en el momento en el que el Arzobispo de La Plata, Antonio Plaza, me echó de Mar del Plata y le contaba mi versión de los hechos. La leímos juntos muchas veces, papá se divertía con ella y la llevaba siempre en su bolsillo. De ahí deduje que si esa carta la tenía la Policía Federal era porque ellos lo habían secuestrado.

         

¿Cómo era tu papá?

 

      Era una artesano, un hábil negociante como buen catalán. Era oriundo de Igualada a 80km. de Barcelona, un lugar donde había muchas curtiembres y papá heredó algo de eso.

      Tuvo una zapatería en la provincia de Córdoba y le iba muy bien. Era muy generoso porque se la regaló a un cuñado que estaba mal económicamente.

 

¿Tenías una buena relación con tu padre?

 

      Con papá sí. Pero el día de mi ordenación sacerdotal casi me muero cuando me enteré que mi padre estaba con otra mujer. Yo vivía en el seminario en Villa Elisa cerca de La Plata y me encontraba aislado de todo. Para mí fue un golpe muy duro porque se había separado a fines de 1935 y recién lo supe en 1952 a mis 24 años. Nadie me lo quiso contar.

      Me ordené como sacerdote en Rafael Calzada, Pcia. de Bs. As. y antes de volver al convento en Villa Elisa le dije a mi padre: “¿Le puedo pedir un regalo por mi ordenación?”

      Él me respondió: “Como no, ¿qué querrías?”. Le dije que mañana iba a dar mi primera misa y que mi deseo era darle la comunión. No comulgaba nunca y mamá lo único que preguntaba era si él lo hacía. Por eso pensé que para mi madre iba a ser una alegría contarle que lo había hecho. Me contestó que iría, pero al otro día empezó la misa y mi padre no llegaba, tuve que comenzar a comulgar sin él. Luego de la misa mi hermano me aclaró:

      “Ayer papá me ha dicho que no iba a venir porque como está viviendo con otra mujer no puede comulgar”. Así que el día de mi ordenación sacerdotal fue el más glorioso porque desde los cinco años soñaba con ser sacerdote y, al mismo tiempo, fue el más triste.

      Le escribí una carta a mi padre diciéndole barbaridades. Él no me contesto, pero después de dos años me di cuenta que me había equivocado y le mandé otra carta donde le pedí perdón. Le dije que por la forma en la que yo estaba educado jamás habría pensado que la gente puede tener esa debilidad de perder el amor por su pareja y volvimos a entablar la relación padre e hijo.

 

 

 

 

¿Cómo fue tu experiencia pastoral junto a Monseñor Angelelli? ¿En qué año empezaste a trabajar con él?

 

      En 1972 cuando a Jorge Danielian, Marcelo Kippes y a mí nos echaron de Mar del Plata, hicimos un retiro espiritual en una casita de San Miguel, Pcia. de Bs. As. Los monseñores Jaime De Nevares y Enrique Angelelli de Neuquén y de La Rioja, respectivamente, formaron parte de la Conferencia Episcopal Argentina y luego pasaron a visitarnos. Ellos sabían que nos prohibieron hablar con los Obispos, por eso cuando llegaron dijeron: “¿En esta casa dejan entrar Obispos?” (Risas).

      Nos ofrecieron su Diócesis, los dos eran dignos de nuestro respeto y cariño, estaban muy comprometidos con el pueblo y el Evangelio. Pero decidimos ir a La Rioja porque  había compañeros capuchinos allí. Primero fuimos a vivir a Suriyaco en dicha provincia.

      Arturo Paoli, un sacerdote amigo, que tenía una congregación llamada Hermanitos del Evangelio nos prestó un ranchito. El 13 de Diciembre de 1972 viajamos a Anillaco donde estaba Angelelli y él me nombró Párroco de la Iglesia de San Antonio. Reemplacé al padre Virgilio Ferreyra que fue párroco durante 50 años, era muy tradicionalista celebraba la misa de espaldas y en latín. Yo la daba en castellano y gracias a Dios se inició un cariño muy grande con la gente.

      Luego de seis meses, Amado Menem, hermano del gobernador Carlos Menem, organizó lo que llamó una “pueblada”. Amado Menem era el administrador de las bodegas y los campos de su familia. Nosotros en la iglesia hicimos ciertas denuncias contra ellos, por eso el 13 de Junio de 1973 decidieron expulsarnos de allí. Era el día de mi cumpleaños ¡lindo regalo me hicieron! (Risas).

     

¿Cómo era Angelelli?

 

      Era el hombre más cercano al pueblo que te puedas imaginar. Iba a tomar mate a la casa de la gente sobre todo a la de los más pobres, quería y respetada a todos. Compartía las fiestas patronales con el pueblo, hacía largas procesiones y no caminaba delante de la gente sino al lado.

     

¿Era un hombre muy frontal?

 

      No, era muy respetuoso, por eso lo sorprendente fue cuando lo acusaron de destruir la religiosidad popular y puedo asegurar que era todo lo contrario, la respetaba como nadie, iba al paso de la gente. Yo era más apurado en el sentido de querer acelerar los tiempos de los feligreses pero él no. El consejo que nos dio fue: “Uds. no habrán la boca ni pretendan ningún cambio hasta haber estado un año tomando mate con la gente”.

      Muchos Obispos lo criticaban.

 

¿Cuáles eran esas críticas?

 

      Que inculcaba ideas raras por ser partidario de la Teología de la Liberación. Además lo acusaban de trabajar con curas y monjas “subversivos”. En realidad eran personas que tuvieron problemas en otras Diócesis tradicionalistas y Angelelli abría las puertas a todos los que quisieran trabajar con libertad y amor.

 

 

 

¿En qué consiste la Teología de la Liberación?

 

      La Teología de la Liberación se hizo fuerte en Argentina a través del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que nació por un documento que 18 Obispos de países subdesarrollados firmaron después del Concilio Vaticano Segundo en 1965. El documento presentaba de que manera se concretaría la opción verdadera por los pobres, la Iglesia y la Teología tenían que optar por solidarizarse con los pobres.

      Yo también adherí al Movimiento que nos pedía que no sólo trabajásemos para los pobres sino que había que vivir entre ellos. Este lema pude hacerlo realidad a principios de la década del setenta. De 1970 a 1972 pertenecí a la Iglesia Nueva Pompeya de Mar del Plata. Pero junto a Jorge y a Marcelo, que nombré anteriormente, me mudé a la Villa Martillo Chico, vivíamos en una capillita para estar cerca de la gente. 

      En 1972 Antonio Plaza, arzobispo de La Plata, nos echó de Mar del Plata. Sus palabras fueron: “En Mar del Plata no hay pobres ni villas, no pueden vivir ahí, ustedes son perturbadores de la comunidad y están favoreciendo a la subversión”. ¡Había 32 villas en ese época! Tuvo el poder de echarnos porque era Administrador Apostólico de Mar del Plata. La gente tomó la capilla y la Catedral en protesta.

      Con respecto a la Teología... quisiera agregar que uno de sus postulados dice: “No puede existir ninguna teología verdadera sino es la de la liberación”. Es decir que Jesús nos salva para liberarnos de nuestros errores y  pecados. La Teología... busca encontrar fundamento en la palabra de Dios para ser cada vez más libres, no para esclavizarnos.

 

¿Cómo opera esa liberación en cuánto a la gente humilde?

 

      Cuando el pobre siente que el Evangelio le manda ponerse de pie y luchar por la justicia, toma en sus manos esa liberación, no espera que se la regalen, porque nadie se la va a regalar.

 

¿Cuál es tu opinión con respecto a la actitud de la Iglesia durante el Golpe de

Estado de 1976?

 

      Pienso que la actitud de la jerarquía eclesiástica fue lamentable. Igualmente hubo varios integrantes de la Iglesia que se jugaron y hasta perdieron la vida como Angelelli que lo mataron el 4 de Agosto de 1976. Los sacerdotes Carlos de Dios Murias de menos de 30 años de edad y Gabriel Longueville que desaparecieron el 18 de Julio del mismo año en Chamical, Pcia. de La Rioja. Además de frailes y monjas asesinados. De modo que no todos pero el conjunto de la jerarquía católica fue cómplice de la dictadura militar, por miedo, ideología o por lo que fuera, he oído decir a sacerdotes que “los militares no hicieron nada malo, simplemente combatieron el comunismo”. Además decían: “¡Los militares nunca robaron chicos! Lo único que hicieron fue sacarle los hijos a familias ateas, comunistas y entregárselos a familias educadas, católicas, para que los eduquen bien”.

      O sea que era una bendición para los chicos – dice el padre Antonio con tono irónico.

      Recuerdo que luego del retorno de la democracia me invitaron a formar parte del panel del Primer Congreso del Pueblo Argentino contra el Terrorismo de Estado, realizado en la Confitería El Molino. Lo primero que hice ante el público que estaba allí fue pedir perdón al pueblo porque como jerarquía fuimos cómplices del genocidio de la dictadura.

 

 

¿Escribiste una carta a la Conferencia Episcopal Argentina para que no fueran cómplices de lo sucedido en la dictadura? ¿Qué respuesta tuviste?

 

      No escribí una sino que fueron infinidad de cartas que envié durante la dictadura sin conseguir apoyo alguno. Los únicos Obispos que me respondieron dijeron: “Es imposible que seas sacerdote, estás mal enterado acerca de las cosas que ocurren, es todo mentira lo que se dice sobre los desaparecidos...”

 

Antonio, por último, ¿qué aprendes con tu vocación de sacerdocio, que te deja tu actividad?

 

       Aprendí a querer más a las personas, a confiar plenamente en Dios. Mi vocación me dio la posibilidad de estar cerca de la gente y la verdad es que me siento muy respetado, recibo mucho cariño, más del que merezco.

       Estoy contento que Dios me haya llevado por el camino del sacerdocio, dentro de sus limitaciones porque, por ejemplo, estoy totalmente en contra del celibato. Sería lindo que cada uno tenga su familia y que, precisamente, del trabajo de educar a los hijos, mantener el hogar y acompañar a su mujer ir aprendiendo para poder dirigirse a los otros. Pero, de todos modos, ser sacerdote y pertenecer a la Orden Capuchina me dio muchas satisfacciones. Una de ellas fue haber conocido a las Madres de Plaza de Mayo. Estoy muy agradecido a ellas,

a esas mujeres que me enseñaron mucho y me llevaron a tomar actitudes firmes que sólo no me hubiera animado a realizarlas. A mí nunca se me hubiera ocurrido salir a la calle a gritar contra los milicos. Pero ellas me enseñaron a hacerlo y lo hice contento, sentía que obraba bien al repudiarlos y desafiarlos.

      Por enseñarme a luchar por la injusticia como lo hicimos les agradezco mucho a las Madres de Plaza de Mayo. 

 

                                                                                             ALICIA VICTORIA MIRANDA

      

     

Entrevista realizada en 2006. Publicada en el libro “Memoria, Verdad y Justicia, A los  30 años por los treinta mil”, Ediciones Baobab, abril de 2006.

Presentación en la Feria del Libro, mayo de 2006.

 

Agradezco a mi profesora de Periodismo, Silvia Maezo, haberme convocado para este proyecto. Alicia